sábado, 26 de junio de 2010

LA TORRE...Historia N°3

- ¡Escóndete y no salgas por nada del mundo, oigas lo que oigas, no salgas!

Fueron sus ultimas palabras.

En un momento mi mundo estaba destruido por completo, la puerta del palacio había sido derribada y los invasores entraban por montones, un grito... miles de gritos inundaban mis oídos confundiéndome, era muy temprano, y ya para todos nosotros la oscuridad de la muerte se acercaba en forma de caballo.

Las viejas manos de mi nana me sacaron de mi confusión personal para sumergirme en otra, corrimos por los pasillos tratando de no chocar con los soldados que se apresuraban a defender l castillo, pero era demasiado tarde...ellos ya estaba dentro y solo seria cuestión de tiempo para que llegaran a nosotros.

Vi a mi padre y a mi hermano bajar por la escalera principal, todo a nuestro alrededor se detuvo un instante, trataban de ser fuertes, pero en sus ojos podía ver el temor que produce el sonido de miles de enemigos acercándose a matarte.

- Llévatela, y escóndela... y si no pueden huir, no dejes que se convierta... en... la concubina de uno de ellos.

Ante mis ojos, vi como le entregaba a mi nana un puñal, y sus ordenes eran muy claras, aunque no lo había dicho claramente pensando que yo no le entendería, la orden realmente era:

- Si no pueden huir, ¡mátala!
- Que Dios sea el que decida.

Fue lo único que contesto Salma arrastrándome consigo entre la multitud, la ultima de mis miradas fue para mi hermano, el hermano con el que había compartido el vientre de mi madre, el también estaba asustado, el sable era demasiado grande para sus manos, pero aun así estaba de pie al lado de mi padre como todo un príncipe.

Me choque contra la espalda de Salma cuando esta se detuvo en seco.

- ¡No por allí no!

Un guardia nos prevenía con un grito de dolor al mismo tiempo en que una flecha del enemigo se clavaba en su espalda cayendo en medio del salón.

Dimos la vuelta y subimos las escaleras, ellos ya estaban cerca.
Mire hacia atrás sintiendo como la muñeca me ardía por la intensa presión de los de dos de mi nana mientras me arrastraba con ella hacia cualquier lugar que pudiera escondernos.

Recorrimos los pasillos con pánico entre una multitud que buscaba lo mismo que nosotras, la luz de una de las ventanas choco contra mis ojos llenos de lagrimas silenciosas, use todas mis fuerzas para detenerme del paso de caballo de mi nada y me safe de su mano quedándome de pie frente a la ventana.

Una gran gritería inundaba el aire con su filo mortal, me asome tomando los fríos barrotes de la ventana.

- ¡Padre!

Lo tenían, lo habían capturado y lo arrastraban hasta el centro del jardín, lo arrojaron contra el tierno pasto verde aun húmedo por el rocío de la noche y detrás de el, llevaban también a mi hermano Kalim.

Mi padre trato de levantarse... hasta que uno de los invasores levanto su espada.

- ¡No mires Samira!

Sus fuertes manos me abrazaron y me acurrucaron contra su pecho tapándome el rostro con una de ellas.

- ¡Lo mataran!

Grite, por entre los dedos de mi vieja nana vi como la espada se levantaba y cortaba la cabeza de mi padre cayendo al pasto en medio de horribles gestos, hicieron arrodillar a Kalim a su lado y la espada se volvió a levantar, mi hermano no quiso morir de rodillas, se levanto alzando la cabeza como un halcón al volar y les escupió el rostro, en menos de un parpadeo su cabeza callo a sus pies en medio de la celebración de los invasores.

Mi cuerpo se hizo pesado como una tonelada de hierro y caí al piso llevándome conmigo a mi nada, me sentí ahogada, un intenso dolor en el cuello me estaba ahogando, como si el filo de la espada también atentara contra mi.

Sentí como sus manos me levantaron y me arrastraron de nuevo en con pasos torpes por el resto del pasillo, nos detuvimos ante una gran puerta dorada, ella saco un manojo de llaves de su cinturón y abrió la puerta.

Entramos, ella cerro la puerta y deslizo las llaves otra vez a su cinturón, me observo por un momento, mi rostro estaba bañado en lagrimas, me abrazo y nuevamente me tomo de la mano y me llevo hasta la pared, levanto un grueso tapiz que colgaba de ella enseñándome una estrecha puerta oculta, tono la pequeña aldaba y la abrió.

- ¡Entra!
- ¡No, es como una cripta!

Al fondo, gritos ahogados por la espada y el caer de los cuerpos por las escaleras solo podían significar una sola cosa.

Me empujó dentro de aquel pequeño espacio y me entrego el puñal de mi padre.

- ¡Escóndete y no salgas por nada del mundo, oigas lo que oigas, no salgas!

Miro hacia la puerta.

- ¡yo no soy capaz, yo te traje a la vida y no te la puedo quitar!

El puñal callo a mis pies y lo tome, los ojos de Salma estaban rojos por las lagrimas cuando escuchamos tres golpes secos contra la puerta.

- ¡Están aquí, mi niña...!

Y de un golpe cerro la puerta tirando el tapiz sobre ella, el espacio era demasiado pequeño, estaba acurrucada en la oscuridad cuando escuche como la puerta había sido derribada.

Grandes pasos entraron...

- ¡Todos arderán en el fuego del infierno!

Escuche un grito y risas, ni nana Salma había muerto.

Temblé con desesperación en medio de aquella oscuridad y abrace contra mi pecho el puñal de mi padre, lo único que quedaba de su reino, la ultima joya de su tesoro, pase allí todo el resto del día, en silencio sintiendo como mis piernas se acalambraba vez tras vez, supe que la noche había llegado cuando un fiero escalofrío me azoto la espalda.

Así pasaron dos días más.

Respire hondo y tome el puñal y coloque la pinta filosa en mi corazón y encomendé mi alma a Dios.

De repente un golpe sordo... y mucha luz.

Unas manos blancas y frías me sacaron de mi escondite, la luz me cegaba y yo intentaba pobremente de defenderme, cuando por fin pude abrir los ojos vi ante mi unos intensos ojos... dulces como la miel, pero fieros como el veneno de la serpiente del desierto.

Estaba débil, pero aun tenia la fuerza de mis ancestros en las venas, como pude me desprendí de sus manos y me moví lejos de el, un invasor... como los que mataron a mi padre y a mi hermano.

El hombre estaba armado, tenia un sable colgando de la cintura pero sus ojos eran aun mas filosos, levanto las manos como quien quiere atrapar un pájaro y comenzó a caminar en círculos alrededor mío, recordé entonces lo que veia hacer a mi hermano cuando era pequeño, cuando el eunuco Bardiya le enseñaba a luchar.

Plante los pies con fuerza en el piso y sostuve el puñal con el filo hacia atrás de tal forma que no viera en que mano llevaba el cuchillo, lo seguí con la mirada, preparada, a matarlo o a morir.

- ¿Vas a matarme con eso?
- Las mujeres como yo pueden hacerlo con menos.

Y se hecho a reír.

Se fue sobre mi, no se como lo hice, seguramente mis ancestros acostumbrados a usar las armas me guiaron, en medio instante gire mi cuerpo agachándome para esquivar sus brazos y asestarle un corte en el pecho, desgarrando su delicada túnica verde olivo.

El hombre se tocó el pecho, había sido solo un rasguño.

Otra vez, aquella risa sarcástica.

Sus ojos brillaron con ira e intriga, estaba sorprendido tal vez era de aquellos guerreros a los que nunca habían herido y se preguntaba como aquella mujercita, flaca y aparentemente indefensa había llegado a herirlo, era un presuntuoso y un orgulloso, eso se veia a simple vista.

Nuevamente me ataco, pero esta vez, ni siquiera pude verlo, fue como un relámpago en el cielo, de repente estaba contra la pared, me había desarmado y me miraba con furia, tenia mis manos presas con una sola de las suyas y con la otra tocaba mi mejilla, intente patearlo en el estomago, pero no tuve éxito.

- ¡Deja de parecer una salvaje!

Tomo mi cara y en un solo movimiento sentí como mi cabeza se estrellaba contra el muro.

Todo se oscureció, perdiéndome en aquellos ojos que odiaba mas que a cualquier cosa en el mundo.

Desperté en un lugar que reconocí de inmediato, aquella torre olvidada y llena de telarañas donde acostumbraba jugar de niña, no era mas que un lugar donde guardaban cosas viejas e inservibles de las que no se querían deshacer.

Severa comparación, yo, la que fue una vez la princesa Samira, hija de Omar al-Ibayer, hermana melliza del único heredero de Kalim al-Omar, vestida con sedas y perlas, la bella entre las bellas, estaba encadenada de un tobillo en la torre de los cacharros.

Escuche abrirse la puerta, busque de inmediato algo con que defenderme, pero todo estaba acomodado cuidadosamente hacia un lado de tal modo que la longitud de la cadena no me dejara tomar nada, era otra vez, el invasor.

Y no estaba solo, una mujer, blanca de cabellos rubios como el oro lo acompañaba trayendo una bandeja cubierta con un paño.

- Atiéndela y déjala como la gente.

La mujer se me acerco con cautela, aproveche el miedo en sus ojos y me fui contra ella, alcance a quitarle la bandeja derramando un plato de higos y pan junto con un pequeño vaso de agua, cuando estaba lista para ponérsela de corona mis fuerzas me abandonaron y caí desvanecida pero no rendida.

La mujer estaba asustada y se levantaba del piso sacudiéndose el polvo de su amplia falda.

- ¡Podrías dejar de actuar como una salvaje!

Me dijo en tono de regaño.

- ¡Los salvajes son ustedes!

Con gesto de disgusto le indico con un gesto a la mujer para que se fuera, quien le obedeció sin reservas, cuando estaba en la puerta me miro con curiosidad, estaba en el suelo pero no estaba humillada, alargue la mano y tome el plato y lo lance contra su rostro, ella fue rápida y mis manos débiles así que alcanzo a salir antes de que lograra algo mas que darle a la puerta.

- Solo quería traerte algo para que comieras.

Su voz era aparentemente dulce como la miel de sus ojos.

- ¡Porque solo no me cortan la cabeza como a mi padre!

Fue muy tarde cuando comprendí mi error.

Había revelado mi identidad.

- Así que era una princesa.
- Y de que me sirve eso ya.

Me observo un momento, estudiándome.

- ¿Que me ves?
- Nada, princesa.
- No me llames así, si vas a matarme este es tu momento, o tal vez quieres sacarme al jardín y hacer de ello un espectáculo.

El recuerdo de aquella imagen me lleno los ojos de lagrimas, sentí tanta ira de que viera mis lagrimas, que me viera débil, que me viera doblegada ante el, tenia tanto orgullo en las venas que estaba matándome aquel hecho.

- ¿De que hablas?

Se acerco a mí, con pasos firmes, pero algo mas... era nobleza... ¿acaso seria nobleza?

- Tu y tus perros...

Sus ojos lucían contrariados pero no dejaban de ser severos.

- Yo llegue un día después.
- ¡Da igual!
- Tienes razón da igual, para ti y para mi... da igual, sin embargo si mi padre se entera de tu existencia a el no le dará igual.
- ¡No me importa!
- Debería si supieras lo que hace con prisioneras como tu.
- ¡No soy tu prisionera!
- La cadena en tu pie dice otra cosa.
- Nada de lo que pudiera pasarme seria más terrible de lo que ha visto.

El hombre reflexiono un momento y bajo la mirada, lo que me sorprendió mucho.

- No comparto del todo lo que mi padre hace... pero no tengo opción la mayoría de las veces.
- Así que tu padre es el invasor... es bueno saberlo.

Le dije destinándole la mas envenenada de mis miradas.

- Y tú la hija del vencido... también es bueno saberlo.

Lo vi salir con los ojos iluminados por una extraña luz que me intrigaba y me odie a mi misma por ello.

Así una hora mas tarde, la misma mujer volvió a traerme otra bandeja con higos, pan y ensalada y un vaso con agua, me encontró acurrucada contra la pared, con el pelo revuelto y las manos sucias.

No la ataque.

Con miedo se acerco y me dejo la bandeja al lado recogiendo el reguero de antes.

- Come, me cortaran la cabeza si te dejo morir.
- ¿Así que tu morirás si no como?
- El príncipe vio algo en ti, para que te salve la vida, ¿Cuantos años tienes?.
- Diecisiete.
- El príncipe es bondadoso pero sigue siendo el hijo de su padre.

Se retiro en silencio con el rumor de su falda al rozar el piso polvoriento, y yo comí como nunca antes.

Al siguiente apareció con una gran palangana de agua y un vestido limpio, era mío, lo reconocí de inmediato.

- ¿De donde sacaste esto?
- Me lo entrego el príncipe.

Pero el no regresaba, y era mejor así.

Todos los días aquella mujer seguía cuidándome, trayéndome comida y ropa, no era mi amiga, pero me di cuenta que tampoco era mi enemiga, era otra esclava lo mismo que yo, pero ella al menos no estaba encadenada, cuando le pedí que me la quitara su respuesta fue muy sencilla.

- El príncipe no quiere que escapes.
- ¿Porque, que le importa si me encuentran?
- Le importa mucho.

Esa tarde, el príncipe volvió con una delicada llave en las manos, era la llave de mi cadena, se acerco a mi con confianza y me retiro la pesada cadena del tobillo arrugando la frente al ver la marca que me había dejado y me levanto con cuidado.

Sus ojos observaron los míos con intriga viendo que no era agresiva.

- Salgamos un rato.
- En verdad, no temes que escape.
- No podrías.
- Como lo sabes.
- No se, es solo un presentimiento.

Me dejo caminar adelante por el pasillo, subí las escaleras y llegamos al techo de la torre, guarnecida por hermosas almenas, tal como las recordaba.

- ¿Eres Samira, cierto?
- Si, aunque eso ya no tiene importancia.
- Por supuesto que lo tiene, no dejamos de ser lo que somos nunca, Yo soy Aben- Yussef.

Estaba confundida, aquel hombre me hablaba como si me conociera de toda la vida y no como la hija del enemigo, ¿qué pasaba? ¿Qué pretendía? ¿Por qué de repente deseaba que viniera a verme? ¿Por qué extrañaba sus ojos, si debía odiarlos con toda mi alma?

Aben se dedico a hablarme de su país y de las cosas hermosas que extrañaba y de cómo se había visto obligado a dejar sus libros para ir tras su padre en esta guerra que odiaba, me hablo de sus paisajes, extensas llanuras donde los caballos eran como la arena del mar.

Yo lo escuche con atención, hasta que por mi mente cruzo la una oscura idea...si lo empujaba caería y se rompería el cuello, y así le quitaría al invasor algo tan preciado como lo que me habían quitado a mi.

El príncipe estaba de espaldas a mí, un blanco perfecto... pero no pude, no pude hacerlo, tal vez él esperaba que lo hiciera.

- Regresemos.

Lo seguí en silencio, con una inmensas ganas de llorar, porque me sentía así.

- ¡Debo odiarlo es mi deber!

Al entrar de nuevo en la habitación de la torre la encontré muy diferente, había cortinas y tapices por todos lados, floreros y velones aromáticos, una gran tina de porcelana con cortinas y casi todas mis cosas, y dos mujeres que inclinaron la cabeza ante mi con un gesto que conocía muy bien.

- Espero que ahora te sientas mas cómoda.
- Gracias.
- Pero, no debes salir... si quieres seguir viviendo, fuera de esta torre no puedo protegerte.
- ¿Porque lo haces?
- Eso no te debe importar, por ahora.

Los vi irse en silencio, me senté sobre la cama y llore, llore mucho.

Al día siguiente, y casi todos los días el príncipe seguía volviendo hablándome de su país, de las cosas que le gustaba hacer, que le gustaba mas leer que pelear, lo que me pareció increíble teniendo en cuenta su aspecto de guerrero fiero, que le gustaba cazar, y domar caballos salvajes.

- ¿Acaso me comparas con un caballo salvaje?
- ¿Con un caballo? No, una yegua tal vez...

Y aunque debía molestarme su comentario, no lo hizo.

¿Me estaba domando?

Lamentablemente eso era posible, y me ardió el corazón con tanta fuerza que desee odiarlo, pero eso, a esas alturas ya era imposible.

Sin darme cuenta comencé a hablarle de mi, de mi infancia y de lo mucho que había amado a mi padre y a mi hermano, pero lo peor de todo era que ya no lo consideraba culpable de mi perdida, había entendido que no era su responsabilidad, que la espada asesina no había sido la suya, pero eso no significaba que dejara de odiar a su padre por lo que había sucedido, y el lo entendía.

Pasaron casi dos meses, mi existencia era mantenida en secreto por Aben y sus dos esclavas, una tarde me trajo flores y me dijo algo que hasta entonces no creí que me dolería.

- Me voy a casar.

El corazón me salto dentro del pecho, no había razón lógica para que sus palabras me ocasionaran tal dolor, no, no, no podía ser... que estuviera enamorada... de el.

Mis ojos se llenaron de lagrimas, oculte mi rostro tras mis manos y corrí hacia la ventana, en un instante lo sentí en mi espalda abrazándome con fuerza, era la primera vez que lo hacia.

- ¿Porque te casas?
- No pude evitarlo por mas tiempo...
- Y... yo... entonces...

Me giro y me acuno contra su pecho, el sonido de su corazón era pesado y lento, parecía que amenazaba con detenerse cuando sus palabras resonaron en mis oídos como campanas.

- Desearía que fuera contigo...

Llore amargamente mojando con mis lagrimas su túnica blanca, era imposible... imposible que el también sintiera lo mismo.

Pero así era.

Aben regreso a su país seguido por un gran numero de nobles que habían acudido a conocer el nuevo reino, su corazón y el mío no se conformarían con quedarse separados aunque ante los ojos del mundo fuera imposible, Nasira y Jomar me vistieron con sus ropas y las tres salimos junto con el séquito del príncipe rumbo a un país extraño y desconocido, al alejarme, le di un ultimo vistazo al palacio que me había visto correr de niña y me despedí de aquel paisaje por ultima vez.

Cruzamos el mar y pise nuevas tierras, tierras de arenas amarillas que me hirieron los talones, el palacio del príncipe parecía labrado por las manos de sus dioses, dorados, púrpuras y azules adornaban sus paredes con grandes murales que contaban hazañas de victorias y guerras lejanas.

De inmediato fui conducida a una habitación lejana por la que solo se accedía a través de un gran pasillo custodiado por dos guardias armados con sables, de no ser por el pestañeo de sus ojos hubiera creído que eran estatuas.

Nasira y Jomar me quitaron mis ropas de esclava y bañaron en una tina de oro y me colocaron un rico vestido bordado con piedras preciosas y plata, peinaron mi cabello con peines de nácar marino tejiendo cuatro trenzas que acomodaron a lado y lado de mi rostro hasta las rodillas.

Echaron sobre mi rostro un gran velo plateado que me cubría todo el cuerpo y lo ajustaron con una diadema de oro.

- ¿Para que es todo esto?
- Así lo quiere el príncipe.

Una hora después estaba de pie junto con una gran multitud en un gran salón donde el padre de Aben estaba sentado en un trono dorado con su hijo de pie a su lado quien parecía inquieto buscando algo o alguien entre la multitud.

Sonaron las trompetas lo que anunciaba la entrada de alguien importante, un gran camino se abrió entre la multitud cuando varias niñas con ricos vestidos entraron arrojando flores al suelo y detrás de ellas, una hermosa mujer de cabellos rojos y ojos verdes que caminaba con la cabeza adornada por una gran corona de perlas.

El rey se puso de pie y Aben lo siguió bajando las escaleras del trono, yo seguía inmóvil mirando desde primera fila todo lo que sucedía, el príncipe al verme me sonrió con ternura, mientras tomaba las manos de aquella mujer.

Podría haber dado mi vida para ser ella.

Pero definitivamente hay cosas que no pueden ser.

El rey comenzó a pronunciar unas palabras que reconocí sin remedio, era una ceremonia, una boda, los ojos de Aben no se separaban de mí en ningún momento, cuando juro amarla y tomarla por esposa sus palabras y sus miradas fueron completamente mías, cuando la beso en la frente no dejo de mirarme oculta detrás de mi velo plateado.

La nueva princesa inquieta y sabiendo que algo sucedía miro hacia atrás y fijo sus ojos en mi, giro la cabeza tan rápido hacia los ojos de su esposo que la corona callo de su cabeza y rodó por el suelo regando por el piso infinidad de perlas y piedras preciosas que nadie recogió.

Los dos caminaron de la mano por el pasillo en medio de los aplausos y la alegría de la gente que festejaron toda la noche con un banquete digno de tal acontecimiento.

Lejos, en mi habitación el rumor de la música llegaba como latigazos a un condenado, me deje caer en la cama llorando ocultando mis gritos de dolor entre los cojines, cuando lo sentí entrar.

Corrí hacia el y caí a sus pies.

- ¿Porque me hiciste ir a tu boda, no tienes corazón acaso?

Tomo mis manos y me levanto abrazándome tiernamente.

- Porque de alguna forma tenia que probarte que mis juramentos y mi amor serian solo para ti.

Desde entonces, se dice que el príncipe Aben tiene una esposa a la que ama mas que a la propia reina, una que no vive en el harem junto con las otras, una para que vive en una torre fortificada en el extremo norte del palacio.

Una que antes que cualquier otra, antes que la reina... le dará un heredero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario