CONTROL
En el siglo en el que nos encontramos muy
pocas personas le dan al pasado la importancia que este se merece, y de cierto
modo es mejor así... pero para una persona con unas convicciones tan fuertes
como las mías, lo que pensaran los demás era lo de menos, fue así como me
encontré graduada de museología en contra de la opinión de mi familia.
Culminaba mi primera semana de trabajo y
el eco de mis tacones de 15 centímetros llenaban el estacionamiento subterráneo
del museo cuando me baje del carro, para mí los zapatos son como un arma, y
aunque era alta sentirme mas alta me daba una especie de seguridad mental, un
poder que solo yo solo entendía y que transmitía muy bien a los demás... sin
una palabra, como un tótem.
Al otro extremo vi a un hombre bajarse de
un flamante Mercedes negro, vestía un
traje negro y me pareció que trataba de reconocer un olor en el aire cuando
giro su rostro hacia mí, aquellos ojos verdes parecieron centellear cuando se
encontraron con los míos, le sostuve la mirada sumida en un estupor raro, como
si una sirena cantara melodías para un Ulises que atado al mástil solo podía
escuchar en el mas absoluto silencio.
Miro su reloj y frunció tanto las cejas
que me pareció que iba a rugirme de furia en cualquier momento, cerro con
demasiada fuerza la puerta del carro y subió las escaleras sin voltear a
mirarme.
Cuando lo vi desaparecer solo pude
pensar:
Ø
¡Que le pasa!
Tome mis cosas y subí las escaleras hasta
un amplio holl, salude a la recepcionista y seguí de largo por los amplios
pasillos del Museo Nacional sin mas que uno que otro saludo para mis
recientemente conocidos compañeros de trabajo, aquella era un área alejada de
las galerías publicas donde se exponían las colecciones, dos niveles de oficinas que conservaban el mismo estilo de
todo el museo, sencillo y elegante, de pisos marmóreos y puertas de cristal
esmerilado.
Vi en el ambiente una especie de
agitación que estaba fuera de lo usual, lo que me pareció una tontería, solo
era el cambio de un director que se jubilaba por otro nuevo, al menos a mi no
me afectaría mucho pues yo no trabajaba en aquellas oficinas elegantes, mi
sitio estaba en las profundidades.
Me gustaba pensarlo así y darle un toque
de humor mental al asunto que otra curadora se tomaría con triste resignación,
baje las escaleras mientras buscaba las llaves en mi cartera, aquella llave
llevaba una semana atormentandome los dedos, al parecer tenia algún desperfecto
que me obligaba a pasar hasta cinco minutos tratando de abrir la puerta, me
mordí el labio inferior mientras luchaba de nuevo con la cerradura.
Ø
¡Esta puerta me odia!
Todos los días había sido lo mismo, y
como siempre la nueva no se podía dar el lujo de parecer inconforme y
pretenciosa así que cada mañana a las 8 iniciaba mi lucha épica con la puerta
hasta que finalmente la abría.
Deje mi bolso en el perchero, me coloque
la bata y me senté en mi escritorio a revisar la papelería del día y unos
reportes pendientes, mire de reojo la pantalla del ambiente controlado para estar segura de que todo estaba bien, no
podía darme el lujo de que la humedad acabara con los manuscritos de la
independencia nacional.
Casi una hora después sonó el teléfono
informándome de la llegada oficial del nuevo director quien nos citaba a todos
en la sala de audiovisuales para ponernos al tanto de unas cuantas
disposiciones nuevas.
Ø
¿En serio Salma?
Ø
Si, fueron sus palabras
textuales.
Ø
Ya subo.
Me encontraba sentada al fondo del salón
cuando un escalofrío me recorrió la nuca cuando lo vi pasar de largo y apoyarse
en el atril, era el extraño del estacionamiento, me dedique a escuchar con
atención un discurso seco y demasiado estricto sobre las nuevas políticas que
traía al museo, era un hombre de cuerpo firme y
alto, mas que yo y mis tacones juntos, de piel blanca, cabello castaño y
cejas gruesas que le daban un aire de disgusto, mientras hablaba me miraba
insistentemente como si buscara algo en mi rostro, su mirada era aplastante
casi como si de forma invisible me apretara el cuello con ansias asesinas. Así
como llego se marcho en medio de un aplauso de bienvenida algo tímido y
forzado.
Volví a la bodega y trabaje toda la
mañana organizando inventarios y reportes de existencias, cuando por fin levante la mirada el reloj de
pared daba las doce del medio día y aun no había terminado ni estaba cerca de
hacerlo, me levante con el libro de referencias para comprobar el código de dos
piezas de alfarería Chibcha en aquel laberinto de anaqueles cuando al doblar
una esquina me encontré con él observando algunas piezas.
Lo tenia frente a mi cuando deje caer el
libro interrumpiendo el silencio del
lugar.
Ø
¿Desde cuando esta aquí?
Ø
Casi una hora, señorita Isaac.
Se inclino, recogió el libro y me lo
entrego en las manos.
Ø
Debe tener mas cuidado, ha podido ser una pieza invaluable la que
dejaba caer.
Ø
Sí... por supuesto Doctor, no
volverá a suceder.
Deslice la mirada repasando el camino que
había recorrido hasta ese punto y aun no me explicaba como no lo había oído
entrar y como si pudiera adivinar lo que pensaba me dijo:
Ø
Decidí que lo primero que haría
seria visitar la bodega, entré y la vi tan concentrada en su trabajo que no
quise interrumpirla así que pase frente a usted y me dedique a observar las
piezas.
Ø
Yo me habría dado cuenta...
Me interrumpió.
Ø
No se preocupe tanto por eso,
tengo la mala costumbre de mi parte que mis pasos nunca me anuncien.
Me quede en silencio observando su
espalda sin decir nada, continué trabajando cuando regrese de almorzar sin
poder apartar de mi mente el hecho de que había entrado como un fantasma pasado
frente a mis narices y no lo había visto.
Ø
¿Quién es... un fantasma?
Salí mas tarde que de costumbre, y al salir al estacionamiento una ráfaga de
viento frío me enfrió las mejillas, solo por curiosidad deslice la vista hasta
el lugar donde estaba estacionado el elegante Mercedes y seguía allí, me
cálente las manos frotándolas una contra la otra antes de buscar la llave del
carro y entrar, subí la rampa que daba a la calle despidiéndome del portero.
Las luces parecían derretirse como una
mancha alargada sobre los cristales cuando me di cuenta que iba a ecceso de
velocidad, tenia el cuerpo muy tenso y una extraña sensación de ser observada
desde mi encuentro con el director, respire profundamente y concentre la mirada
en la carretera, cuando llegue a casa deje todo mi bolso tirado en el sofá y
seguí derecho a mi habitación y me deje caer de espaldas en la cama a mirar el
techo como una tonta.
No podía sacarme de la mente esos
extraños ojos verdes que me miraban como si quisieran saltarme encima y devorarme
en cualquier momento, no se podía negar lo evidente, el hombre era atractivo,
demasiado para que fuera sano, seguramente estaba acostumbrado a que todas
cayeran presas de su encanto, seria un presumido y un pesado como todos los que
poseen ese físico.
Me levante, me quite los zapatos y los
coloque cuidadosamente en el closet junto con los demás, deslice la cremallera
de mi vestido blanco y lo deje sobre el diván al dado de la ventana, no se
porque razón aparte un poco las cortinas y mire hacia la calle, estaba vacía y
solitaria, solo estaba el gato de mi vecina rasguñando su puerta para que lo
dejaran entrar.
Regrese y me mire mi reflejo entero en el
gran espejo del tocador, mi piel canela, mi cabello negro largo y liso hasta la
cintura, mis ojos negros almendrados y
mis labios rojos, llevaba un refinado conjunto de ropa interior de encaje color
piel algo bohemio, especialmente por el liguero y las medias, nuevamente
aquella sensación de frío sacudió mi piel dolorosamente, corrí a la ventana y luche con la vaporosa cortina
que se abombaba por el viento y la cerré.
Ø
¿Estaba abierta?
No podía estar abierta si hacia unos
instantes había estado frente a ella y me habría dado cuenta, no le di
importancia en ese momento estaba tan cansada y deseaba irme a dormir lo más
rápido posible, me desabroche las medias
deslizándolas con cuidado y las
deje junto al vestido y antes de caer en
la cama ya estaba dormida.
Ø Adele... Adele...
Me desperté en medio de la noche con el
corazón acelerado, una extraña sombra se colgaba de la ventana como si flotara
detrás del cristal observándome, encendí la lampara de mi mesita de noche y
mire a mi alrededor con la vista borrosa
por el sueño, había tenido una pesadilla y no era mas que eso, me convencí.
El fin de semana paso igual que todos los
demás, entre el gimnasio, el cine, el teatro, alguna galería de arte y mi
maratón de cine clásico, el domingo fue el turno de Casablanca, amaba esta
película en especial la escena del avión
y aquella triste despedida, y aunque me gustaba siempre terminaba deprimida
cuando la veia.
Pasó casi un mes sin que cruzara palabra
con el director, pero no era necesario, sus miradas asesinas bastaban para que
supiera que el hombre me odiaba por alguna razón, en varias oportunidades salí
a almorzar con algunas compañeras de trabajo que comentaban con terror de su
mal carácter, de cómo azotaba la puerta sin necesidad, de aquella perfección
imposible que exigía en todo, de su aparente desinterés por llevarse bien con
nadie, de que en varias oportunidades había tirado por la mesa los documentos
con faltas de ortografía.
En comentarios de pasillo se decía que
era hijo de un industrial muy importante del país, que había asistido a la
universidad en el extranjero y que hablaba perfectamente ingles e italiano, que
en varias ocasiones lo habían oído soltar comentarios en italiano ante un
cuadro mal colocado o ante un cristal sucio.
Ø
¡Un completo ogro!
Comente una vez.
Ø
¡Pues un ogro muy bien
parecido!
Dijo Salma con un hondo suspiro.
Ø
Y de que le sirve... si tiene
carácter de ogro y nos mata a trabajo.
Ambas terminamos el café en silencio
aprobando con la cabeza aquella terrible verdad antes de volver cada una al
trabajo, cruzándonos con el y sus ojos afilados en el pasillo de la cafetería.
Ø
¿Nos habrá oído?
Ø
No creo, estabamos lejos y
además hablábamos en voz baja.
Ø
Juraría que sabe lo que uno
piensa.
Ø
Entonces que se meta en mi
mente para que se encuentre con una que otra sorpresa.
La tarde de ese viernes al irme note que
su carro no estaba, había salido temprano a algún lado mientras nos tenia a
todos trabajando horas extras, trate de aprovecha el fin de semana al máximo y
sacarme tanto veneno acumulado por culpa de mi jefe con unas sesiones de spa y
masajes relajantes.
Ø
Tu cuello parece de piedra.
Dijo la masajista.
Ø
Si, se llama “Síndrome de mi
maldito jefe”
Ø
Se ve que lo quieres mucho.
Ø
Si, no sabes cuanto.
El
lunes en la mañana cuando llegue el emblemático carro ya estaba parqueado en el
lugar de siempre, no se porque lo hice pero me acerque y toque el capo, estaba
frío.
Ø
¿A que horas llega, Doctor
Albear?
Una voz extremadamente cautivante resonó
entre el silencio y yo.
Ø
Muy temprano, señorita Isaac.
Y allí estaba él, de nuevo, robándole un
mico infarto a mi corazón, abrió el carro y saco un sobre de manila bastante
pesado y me lo paso con un aire de autosuficiencia.
Ø
Acompáñeme señorita Isaac.
Ø
Adele.
Ø
¿Prefiere que la llame por su
nombre?
Ø
Sí
Comenzó a subir las escaleras mientras yo
lo seguía en silencio, a lo largo de los pasillos y oficinas todos los ojos me
observaban caminar detrás de él como si fuera al cadalso llevando en mis manos
el manifiesto de mi condena, tomamos el ascensor al segundo piso y seguimos de
largo por un nuevo conjunto de oficinas hasta detenernos en la más remota de
todas, abrió la puerta y se hizo a un lado en un gesto de caballerosidad.
Ø
Siga por favor.
Ø
Gracias.
Aquella oficina era como una pequeña
parte del museo, en primer plano un hermoso sofá de cuero negro y frente a el
una mesita de madera de ébano y dos poltronas a juego, en las paredes anaqueles
de madera de cedro con piezas en urnas de cristal, varios cuadros montados en
sus caballetes, una mesa de trabajo con acuarelas, óleos, espátulas, pinceles e
infinidad de pigmentos, en una esquina un perchero con una bata blanca de
trabajo.
A un lado una puerta que probablemente
llevaba a un baño y al fondo con la ventana a sus espaldas un fornido
escritorio de patas labradas y una silla de espaldar alto, frente a el dos
sillas del mismo estilo pero mas pequeñas, siguió de largo y se sentó
indicándome con un ademán que hiciera lo mismo, puso sus manos increíblemente
blancas sobre el escritorio y me miro fijamente.
Coloque el sobre en la mesa, y al parecer
ni siquiera le presto atención apartándolo a un lado con absoluta indiferencia,
abrió uno de los cajones de su escritorio y me entrego una carpeta blanca sin
rotular.
Ø
Aquí están las referencias y la
descripción de 14 piezas egipcias que el Museo de El Cairo nos presta por 30
días para exposición, tu trabajo será organizar la disposición en que ira cada
pieza ubicando la referencia en este croquis de la galería 5, lo presentaras
mañana para que lo apruebe o lo deseche.
Ø
¿Mañana?
Ø
Sí, ¿Algún problema con ello?
Se giro a un lado y abrió la pantalla de
su computador portátil.
Ø
Ninguno Doctor.
Las manos me
temblaban aun después de haber salido de aquella oficina, camino a la bodega
escuche por accidente que el nuevo director había despedido a su asistente por
una nimiedad, en mi pequeño refugio en las profundidades me deje caer sobre mi
escritorio tratando de respirar con calma, ese maldito hombre parecía tener un
extraño poder sobre mí, me anulaba, de dejaba sin palabras, sin la posibilidad
de replicarle a nada de lo que dijera, pero aquello no era posible, yo siempre
había sido la que lograba todo lo que quería, la persona con la mayor
autosuficiencia y confianza del mundo, y ahora de buenas a primeras este
desconocido venia a poner mi mundo de cabeza.
En un acto
incomprensible de ira que nunca me había permitido tener grite y desocupe la
superficie del escritorio de un manotazo, ¡Cuánto lo odié!
Después de
reorganizar mi propio desastre me dedique a trabajar en la propuesta, estudie
las características de cada pieza y las ubique según el posible interés de los
visitantes y tratando de narrar la historia de cada pieza de forma implícita,
fue un trabajo récord que me ocupo hasta casi la media noche, cuando termine me
dolían los ojos por el brillo de la pantalla del computador, pero tenia una
excelente presentación en diapositivas para mañana expuesta al monstruo.
Cuando salí al estacionamiento el
mercedes negro no estaba, así que después de todo el monstruo era mortal y
necesitaba dormir, esa noche dormí como una piedra en el fondo del río, como si
literalmente me hubiera muerto y renaciera al amanecer, abrí mi closet y
estudie cual seria la armadura de batalla y fue fácil encontrar lo que buscaba,
una falda lápiz negra hasta las rodillas
y una blusa de satín blanca abotonada al frente con botones de perlas, de
mangas largas y cuello alto anudado con un lazo que caía en dos puntas sobre el
pecho, medias de liguero y tacones negros cerrados, altísimos, por supuesto.
Me recogí el cabello en una coleta alta,
me puse solo un poco de polvo y un brillante labial rojo sangre, pase todo ese
día trabajando las existencias sin referenciar en algunos detalles adicionales
sobre la exposición hasta las seis de la tarde cuando me mando llamar el
director Albear a su oficina.
Ø
¡Precisamente tenia que esperar
hasta esta hora para pedir la presentación!
Los pasillos estaban semi vacíos, solo
encontré uno que otro vigilante que hacia su ronda, toque la puerta observando
el pálido reflejo de la luz por debajo de la puerta.
Ø
¡Siga!
Aquel... siga, me sonó a fastidio cuando
abrí la puerta y lo vi sentado en su escritorio al fondo de la oficina,
con el saco colgando del espaldar de la
silla y las mangas de la camisa dobladas hasta el codo, el blanco nieve de la
camisa contrastaba con el reflejo pálido de la lampara de lectura que tenia
encendida, camine hacia con el mentón mas alto de lo normal y le entregue la
carpeta que tenia destinada para la presentación, conecte el portátil al
proyector y abrí el archivo con las diapositivas comentando cada una como si se
me fuera media vida en ello, pensaba a una velocidad diferente a ala de mis
palabras, pensando en cada palabra antes de decirla para no cometer ningún
error, tenia que ser perfecta.
Lo miraba de reojo pasar las paginas de
la carpeta y detenerse por algún segundo en
apartes precisos y hacer anotaciones al lado con una elegante pluma
dorada, firmo la aprobación de la ultima pagina cerrando la carpeta de golpe
tirando la pluma que rodó dando tumbos por el escritorio hasta caer sobre la
alfombra.
Yo estaba inmóvil, con el apuntador láser
en la mano derecha que temblaba levemente, lo vi levantarse y caminar hacia mí
con un extraño brillo en los ojos, me miro fijamente tan cerca que podía sentir
el azote tibio y dulce de su respiración en mis mejillas.
Ø
¡No sabe cuanto la odio!
Deje de respirar cuando lo escuche decir
aquellas palabras con ese tono lleno de ira contenida y veneno, yo simplemente
no pude contestarle nada, solo deje caer el apuntador y me quede petrificada
cuando sus manos me apretaron con fuerza por la cintura llevando sus labios
hasta los míos besándome con furia, en mi mente pasaban miles de cosas para
hacer y decir, gritar, safarme, correr, golpearlo, acusarlo, pero mi cuerpo
pensaba otra cosa y en esos momentos el me controlaba.
Cuando sus besos comenzaban a dolerme lo
vi apartarse de mi rostro con la mirada encendida por la rabia, sentí sus manos
subir por mis brazos hasta los hombros y
enredarse en el lazo de mi cuello soltándolo con tanta fuerza que escuche
claramente el desgarro de la tela.
Ø
La odio porque desde que la
conocí ha puesto mi mundo de cabeza, ya no puedo hacer nada sin pensar en
usted, sin imaginármela todo el tiempo, y yo, en mi vida, no me puedo dar el
lujo de que alguien tenga ese tipo de control sobre mí. ¡Y me siento impotente
al verla cada día tan campante atormentandome!
Se aparto a pasos gigantes mientras yo
reaccionaba uniendo las dos partes rasgadas del cuello de mi blusa, lo vi de pie frente a la ventana
unos instantes en silencio antes de escuchar su voz de nuevo.
Ø
Ahora, señorita Isaac puede
hacer lo que quiera, demandarme, ir corriendo a los medios a contarle lo
ocurrido, acusarme si le da la gana, yo... solo quiero arrancarla de mi camino
para siempre... no me interesa y esta en su derecho... solo quiero terminar con esta pesadilla.
Casi involuntariamente mis pies me
llevaron a la puerta y salí dando un portazo, como nunca la puerta de la bodega
de piezas se abrió al primer intento, recogí mi bolso y salí con el abrigo
cerrado hasta arriba, no sé en que momento me vi conduciendo a toda velocidad
por la carretera y abriendo mi casa con el rostro lleno de lagrimas, deje caer
mi bolso en medio de la sala y subí las escaleras a toda prisa hasta mi
habitación
Me deje caer boca abajo sobre los
almohadones de mi cama y ahogar varios gritos con ellos, al final me quede
dormida con la ropa y los zapatos puestos, los primeros rayos del sol azotaron
mi rostro con ardor, me levante y me senté frente al tocador evaluando todo lo
que había pasado. Vi con detenimiento el cuello de blusa rasgado unos instantes
antes de cubrirme el rostro con las manos suspirando profundamente llenando al
máximo mis pulmones de aire para darme valor, lo necesitaba para lo que iba a
hacer.
Me deshice rápido de toda la ropa y la
tire al cubo de la basura antes de bañarme, salí envuelta en una toalla, abrí el closet y saque de la parte de arriba
una caja negra con ribetes dorados, la deje sobre la cama y la abrí sintiendo
en mis dedos la suavidad de la tela, era un vestido negro entallado y largo
hasta las rodillas, cuello v al frente bastante discreto pero profundo en la
espalda y sin mangas, lo complementaba
un fajón ancho color rojo escarlata que se anudaba atrás con un lazo, complete
el look con medias negras y zapatos
negros de tacón alto, me recogí el cabello con
una coleta alta, me delinee los ojos en la parte de arriba en negro y
brillo natural en los labios.
Baje a la sala y redacte el documento que
le entregaría, por ultimo lo metí en un sobre blanco, tome el gabán negro del
perchero y salí como de costumbre, cuando llegue deje mis cosas en la bodega y
subí hasta su oficina haciéndome anunciar media hora antes con su nueva
asistente para torturarlo desde anticipadamente, sonreí para mis adentros con
gusto.
Entre y
cerré la puerta con seguro, lo vi
sentado en su escritorio, levanto los ojos y frunció el ceño, cuando estuve
frente a su escritorio deslice el sobre frente a el, ninguno de los dos dijo
una palabra.
Estaba inhumanamente apuesto en una camisa
color lavanda, pantalón y saco negro,
sus cabellos castaños bien peinados y ese brillo verde en los ojos que
dejaban sin aliento a cualquiera, apreté la mandíbula trayéndome a la realidad
porque no podía distraerme en aquel
momento.
Ø
¿Que es esto?
Apretó la cuartilla entre sus dedos y la
sacudió con rabia frente a mí.
Ø
¡Y que esperaba que
hiciera!...ahí tiene la factura de la blusa que me destrozo anoche que por
cierto era muy cara.
Di media vuelta y me dirigí a la puerta
cuando sentí un fuerte apretón en el brazo que me detuvo en seco haciendo que
me girara encontrándome de nuevo con sus ojos frente a los míos.
Ø
¡Como puedes ser tan..!
No aguante mas...
Esta vez no me quedaría petrificada, ya
era suficiente...
Hoy
le daría a saber lo que en realidad pensaba de él. Mi sangre parecía
hervir cuando me fui contra sus labios y lo bese con ansiedad pasando mis manos
por detrás de su cuello al instante sus
manos fueron al escote de mi espalda abrazándome con fuerza levantándome del
suelo para llevarme contra su pecho. En el fondo su corazón latía como si fuera
una melodía de piano que yo solo podía escuchar, cuando separe mis labios de
los suyos me bajo con delicadeza y acaricio mi mejilla con el torso de su mano
y por primera vez lo vi sonreír tímidamente.
Ø
Por cierto... ¡yo también lo
odio con todas mis fuerzas!
Ø
Puedo vivir con eso.