Elena nunca fue Elena...
Siempre fue la chica que sus padres querían que fuera aunque esto constituyera una gran frustración, nunca se quejo ni dijo nada al respecto.
Dentro de su gran lista de sueños irrealizables estaban las cosas más sorprendentes como, tener amigas que fueran a su casa a hablar, ir a cine, ponerse una minifalda, ir a una que otra fiesta, y por supuesto tener novio.
Le resultaba realmente frustraste que cosas tan sencillas para cualquiera fueran tan lejanas para ella, pero era si, y no podía hacer nada.
Y lo peor de todo, al menos desde su punto de vista, era que Elena era fea.
Ustedes consideraran que la belleza es algo relativo, y los que han leído libros de auto ayuda dirán que la belleza interior se refleja en el exterior... y bla, bla, bla, bla, tal vez sea cierto, tal vez no, pero para el mundo de las pequeñas adolescentes ser fea es casi un pecado que te relega a un rincón donde prácticamente estas incomunicada.
Elena tenia una frondosa cabellera negra rizada que se extendía hacia los lados como una gran esponja, tenia tanto volumen que solo con una trenza apretada podía mantenerlo bajo control.
Su mandíbula superior era tan prominente que al verla de frente daba la ilusión de tener hocico en vez de boca, acompañando este particular rasgo tenia labios prominentes y una separación en los dientes de adelante, y si todo esto fuera poco una extraña y rebelde mancha en la barbilla terminaba de completar su hocico de ternera.
Una vez llego a pensar que si de verdad le hubiera tocado ser vaca no tendría un hocico tan bonito como el que le toco de humana.
Sus brazos eran largos igual que sus dedos de manos y pies, caminaba encorbada y con un hombro mas bajo que el otro por el peso de su bolso escolar y además, tenia acné.
Y como si todo aquello no fuera terrible, sus padres la obligaban a vestirse como una abuelita de sesenta años.
La única cosa de la que se sentía orgullosa y que la hacia sentir mas o menos bien era sus buenos resultados académicos, el primer lugar siempre.
Lo cual traducido a lenguaje adolescente sonaría como “La cerebrito fea” y lo peor de todo es que no perdían una sola oportunidad para decírselo haciendo de su único orgullo algo por lo cual sentir vergüenza.
Y con eso tenia que vivir a diario.
Elena se refugiaba en sus múltiples lecturas como una forma de escape de aquella realidad, se que hay quienes dirán...”Yo también fui feo de adolescente y no me traumatice”
¿En verdad no se traumatizo?
Tal vez su caso no era tan desesperado como el de Elena, o tenia una fuerte autoestima cosa que para la joven de la que estamos hablando era un termino desconocido.
Incluso sus lecturas eran estrictamente vigiladas, nada de novelas románticas, nada de libros de aventuras, nada de ciencia ficción, solo... lecturas morales y edificantes lejos de la mundanidad como lo decían sus padres.
Así que se las arreglaba para leer a escondidas las obras que prestaba en la biblioteca escolar de la que era la asistente mas frecuente.
Elena leía con una pasión inusitada, leía porque lo necesitaba, leía porque con sus lecturas se le olvidaba por un rato todo lo desafortunada que era su vida, sus favoritos siempre fueron los cuentos de hadas donde un príncipe salvaba a la joven en peligro, se enamoraba de ella y se la llevaba a vivir a su castillo.
Llego a leer varias veces la colección completa de los hermanos Grimm y los cuentos de Andersen, casi hasta recitarlos de memoria...
Era un mundo tan perfecto, donde los finales siempre eran felices, donde los malos recibían su castigo y la joven maltratada siempre resultaba comvirtiendose en princesa.
Pero eran eso, cuentos.
Un día común y corriente Elena le contó a una de sus compañeros del club de feas... que tenia novio.
¿En serio?
Sí.
¿Cómo se llama?
Leonardo.
Aquel nombre sonó maravilloso, casi gloriosos en sus labios de novia enamorada, fue así como Elena se convirtió en la única del grupo de feas que tenia novio.
Lo que no sabían los demás era que el novio de Elena era imaginario.
Leonardo no existía, era un ser imaginario...
Una invención de su mente, algo parecido a lo que le sucedía al quijote de la mancha, con la única diferencia de que dentro de su grupo de compañeras feas todas esperaban un detalle, una historia, una anécdota, cualquier cosa que les pudiera contar sobre Leonardo.
Aquel joven alto, de piel blanca, ojos claros y cabellos rubios, hijo de un gran empresario de la ciudad que viajaba mucho había perdido a su madre siendo muy niño se había conocido con ella en una biblioteca publica donde habían coincidido para prestar el mismo libro... María de Jorge Isaac.
Leonardo estaba locamente enamorado de ella y la visitaba muy seguido en su casa, le hacia regalos fabulosos y besaba sus manos con veneración, prefería que fuera así porque ser hijo de un hombre tan rico e importante era un peligro y además la presencia de sus escoltas en publico le resultaba embarazoso.
Leonardo era profundamente tierno, le escogía poemas y se los mandaba con grandes ramos de flores a su casa, la llamaba a diario, vivía pendiente de sus sentimientos y lo que pensaba, porque el, aunque era el chico mas popular de su colegio privado, tenia una novia feita a la que defendía de sus compañeras intrigantes y por dentro, muertas de envidia.
Fue así, como Elena creo a Leonardo.
Hasta una dirección, una familia, unos ojos grises como las nubes, unas manos delicadas y serenas, una frente amplia y sabia, todo... aun que solo fuera en su imaginacion.
Una tarde Elena llego feliz a su salón de clase y se sentó en un rincón apartado a leer un papel, de inmediato sus amigas se acercaron con curiosidad ella intento vanamente ocultar el papel entre sus manos, pero ellas con ruegos lograron convencerla de que les mostrara lo que evidentemente era una carta de Leonardo.
Una carta de Leonardo que ella misma había escrito, con una primorosa letra en una hoja de papel pergamino donde le juraba amor eterno y le revelaba que aunque fueran muy jóvenes estaba completamente seguro que después de terminar el bachillerato le propondría matrimonio.
Que se casaría con ella así fuera lo mas difícil del mundo, así el mundo se opusiera, así dijeran que era una locura, el firme propósito de su vida seria, ponerle su apellido extranjero a su nombre.
Todas suspiraron... mas de una vez, ellas también vivían la historia con ella, como si fuera propia, como si a través de ella, todas tuvieran su propio Leonardo.
¿Y que le dirás?
No lo sé aun...
¿Que? Por Dios, tienes dudas, ¿Eres lenta del cerebro o que?
No es eso.
Entonces que es.
Elena se retorció la manos y lo dejo salir.
No es la primera vez que me habla de esto...
Una de ellas se agarro el pecho como si le fuera a dar un infarto.
Me dice que al terminar el bachillerato nos casaremos y nos iremos juntos a estudiar a cualquier parte del mundo... que ha hablado con sus padres y que ellos me quieren tanto que están de acuerdo.
Su otra amiga se sentó en un pupitre para calmar el temblor de sus rodillas.
¿Y?
Que eso significaría irme, dejar todo lo que conozco.
Una tenue pausa se quedó flotando entre ellas.
¿Entonces?
Elena miro por la ventana y se mordió los labios, en verdad había un inmenso conflicto en su corazón.
Le diré que si...que acepto...que al terminar los estudios me casare con el y nos iremos a donde me quiera llevar.
Todas envidiaron la suerte de aquella joven, y era verdad, ella tenia suerte, habían visto la carta, habían sido testigos de otra que escribió ella, de su suspirar solitario, de lo que cada lunes les contaba, de todo.
Un viernes, fabulosos como todos, Elena y sus amigas salían del colegio, ella compartía con ellas una caja de chocolates italianos que su novio le había dado el día anterior, cuando como un rayo, un emisario de la fatalidad, una camioneta azul metálico de vidrios oscuros entra fuera de control al anden por donde las estudiantes caminaban riendo.
los chocolates volaron por los aires y de inmediato todo fue una gran confusión de gritos y lagrimas, los profesores salieron al escuchar el chirriado del los neumáticos y la gritería de los estudiantes.
Las dos amigas de Elena estaban heridas, pero ella, la fea soñadora de ilusiones románticas yacía con un golpe en la cabeza y un charco de sangre que se esparcía mojando su cabello esponjoso.
La camioneta agresora simplemente dio marcha atrás unos metros, doblo la esquina y se fue en la más grande impunidad, a nadie se le ocurrió mirar la placa, a nadie se le ocurrió tomarle una foto con el celular, nadie llamo a la policía.
Muchos compañeros se arremolinaron a ver, pero nadie se condolía de la pobre chica que mas que viva, parecía muerta, hasta que se abrió paso entre la multitud el profesor de español quien llevó a Elena al hospital y se comunico con la familia.
La joven de escasos dieciséis años yacía en coma con la cabeza envuelta entre vendas blancas y aunque parecía ausente en su mente sucedían muchas cosas, las más maravillosas del mundo, porque en su sopor parecido a la muerte Elena vivía lo que tanto había soñado, en medio de aquel estado su mente confundida con la realidad le mostraba a su amado Leonardo como un ser real.
Elena se graduó y Leonardo cumplió su promesa de casarse con ella, la boda fue fantástica y asistió mucha gente, después se fueron a estudiar a París, donde aquella jovencita fea e invisible para los que buscan la belleza antes que la inteligencia se convirtió a su corta edad en la mas destacada estudiante de literatura y Leonardo en un brillante estudiante de leyes.
Cada semana que Elena pasaba en coma era un año en su mente, de aquella forma vivo todos los años que le faltaban por vivir en su mundo imaginario, los médicos y los especialistas declararon la muerte clínica de la joven cuando su actividad cerebral finalmente ceso.
El día que le desconectaron todos los aparatos Elena había publicado cinco novelas, era editora de una importante firma editorial, había tenido dos hijos con Leonardo lideraba era un prestigioso bufete de abogados en el centro de París y ambos a punto de retirarse voluntariamente de toda vida publica veían con nostalgia un atardecer desde su balcón.
Tomados de la mano.
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